Habíamos ido al vivero porque querías que tu casa nueva tenga plantas. Cuando estábamos entrando con ellas dijiste algo que me hizo pegar una carcajada y se me escapó el primer «te amo». Vos te reíste y festejaste. Teníamos una competencia silenciosa para ver quién lo decía primero desde ese cumpleaños de Max en el que me preguntaste de la nada cuál era mi canción favorita mientras yo revisaba sus vinilos. Te contesté que iba a necesitar tiempo para pensarlo.
«¿Te gusta el fernet? Te preparo uno pero para cuando vuelva de la cocina voy a necesitar una respuesta».
Cuando volviste yo no supe que responder. Durante todo el tiempo que estuviste haciendo la mezcla más desbalanceada de Branca y Coca Cola que probé, solo pude pensar que nadie me había avanzado de una manera tan linda en toda mi vida.
Habías ganado y querías festejar. Dejaste las plantas así no más sobre el lavarropas, me agarraste de la nuca y me comiste la boca mientras apretabas intensamente mi cara contra la tuya. En los últimos meses había comenzado a descifrar tu idioma. Una picada en medio de la semana significaba que habías tenido un mal día pero que no querías hablar de eso, mientras que un beso de esos significaba que se venía un garche maratónico que solo terminaba cuando a uno de los dos le empezaba a doler la cabeza del hambre.
Teníamos una conexión especial pero nunca estuviste enamorado de mí. Estabas enamorado de la idea de sentir lo mismo que sentían por vos. Querías ser parte de una de las más maravillosas coincidencias que el espacio y el tiempo tienen para ofrecernos. Estando en un mejor momento personal y laboral, quizás nos hubiésemos dado cuenta más rápido que sólo coincidían nuestras ganas de tapar cada problema con una pose que vimos en algún video porno de Twitter.
Nuestra relación era una estafa piramidal de la que ninguno de nuestros amigues quería ser parte. Nos fuimos alejando de cualquier persona con un poco de terapia encima para poder seguir sosteniendo nuestra mentira. Pero sin nadie que te distraiga, empezaste a prestarle atención a lo que te pasaba. Bah, en realidad, a lo que no te pasaba.
A pesar de sentir constantemente que yo te caía cada vez peor, me quedé para poder disfrutar del partido homenaje de cada cosa que me divertía hacer con vos. En cada encuentro aprendí que se puede vivir con menos sexo pero nunca con menos amor. Y es que dentro del amor está el cuidado, y vos, amor mío, me habías convertido en la planta que terminaste escondiendo al fondo de tu lavadero. La que te daba mucha lástima tirar, pero no tanta como para intentar seguir manteniéndola con vida. Y yo, la verdad, no necesitaba mucho, solo quería que te pudieras seguir riendo de los chistes que te hacía.
Tu risa era mi canción favorita.
Reviviendome dolores siempre
Tan lindo el mail😿