Casi una experiencia religiosa
Y después te quieren hacer creer que te tenés que morir para conocer el paraíso...
En el show del sábado mi canción favorita de Lady Gaga llegó demasiado rápido. Era la tercera dentro de una lista que iba a durar más de dos horas. Me causaba un poco de gracia alzar la mirada y encontrarme con el Cristo Redentor observando como millones de maricas cantaban Judas tan desaforadamente. El hecho de que el tipo no nos haya mandado un alud de tierra para sepultarnos en vida fue la mejor manera de demostrar que su supuesto odio hacia nosotras y la desaprobación a cada cosa que hacemos no fue más que la primera fake news de la historia.
No hubo alud, pero sí viví por dentro la peor de las tragedias: apenas comenzó la canción quedé sepultada por los recuerdos de todas las maricas que ya no estaban conmigo. ¡Y ojalá estuviera hablando solo de las muertas! A esa pista de baile mental donde sonaba Judas a todo volumen también cayeron aquellas maricas que ya no pueden ser parte de mi vida (algunas por decisión propia, otras por decisión de ellas). Mi cabeza se había convertido en la anfitriona de una fiesta a la que solo podían entrar esas maricas que extraño todo el tiempo, aunque de alguna manera también habían logrado colarse esas que me tengo que convencer que no extraño tanto y algunas que ni sabía que extrañaba. Dios sabe que hubiera preferido que me entierren vivo antes que enfrentarme a todo eso en medio de un show de Lady Gaga en la playa.
El Cristo Redentor observaba a sus pies cómo esa marea que creó su padre durante el tercero de esos siete días chocaba contra otra, una que comenzamos a construir desde la clandestinidad a partir del octavo: una marea de maricas. Soy una persona que se caracteriza por evitar el contacto físico, así que lo primero que me llamó la atención fue lo cómodo que me sentía entregándome a esos abrazos tan intensos que iban y venían. Una marica carga con la esencia de todas las maricas que pasaron por su vida, contenemos multitudes. Por eso, cuando nos encontrábamos en medio de esa marea, nuestros cuerpos chocaban como una ola que se rompía contra las piedras. Una marica es ante todo, una fuerza de la naturaleza.
No hay nada que me dé más vergüenza que llorar en un recital. Agradezco al Santo Padre por haberme protegido en ese mar de gente y asegurarse que nadie que conozca me estuviera viendo cuando comencé a ahogarme en el llanto más ridículo de mi vida. Recién estábamos en el tercer tema y me daba miedo sumergirme en eso que estaba comenzando a sentir, pero lo hice con la seguridad de poder ir en busca de un abrazo en caso de ser necesario. Una marica además de ser una fuerza de la naturaleza, es también un refugio.
Las emociones me dieron vuelta como esas olas gigante que te sorprenden apenas entras al mar. Nunca me sentí tan viva. Estaba viva, borracha y por lo visto, con un deber que me había inventado. Porque ya no se trataba solo de disfrutar del recital por mí, ahora tenía que darlo todo junto a esas maricas que vinieron a visitarme en mi cabeza. Tenía que bailar como si no hubiera un mañana porque así es como las conocí: en una pista, recontra pasadas de rosca y preguntándome dónde la seguíamos. Porque para una marica, volver a casa a dormir para despertarse en un mundo donde la gran mayoría que influyen en nuestras existencia son heterosexuales, no solo era la peor de las opciones: era también una constante pesadilla. La única manera que teníamos de evitarla era habitar la noche como un hogar que nos prestaban hasta que el sol y las responsabildiades vinieran a echarnos.
La mejor manera de conocer a una persona es ver cómo se comporta durante la noche. ¿Cómo se siente en la pista de baile? ¿Cómo trata a los de la barra? ¿Deja el baño peor que como lo encontró? ¿Sale en grupo o puede salir sola? ¿Es de las que arrastra a todas a un plan o de las que termina siendo arrastrada a algo que no quería hacer? ¿Deja tirada a sus amigas o las invita a dormir si lo necesitan? ¿Las ayuda cuando quiebran o se pone a hacer storys para mejores amigos? ¿Te saca la falopa y se banca que te enojes o se arriesga a que la quedes? ¿Te ayuda si estas malviajando o te pide que la cortes porque le estas arruinando el viaje a las demás? ¿Es de la que huele cuál te gusta y se encarga de demostrar que lo puede tener si quiere o de las que prefiere dejarlo pasar? ¿Divide hasta los centavos del Uber o es de las que ni te dejan hacer la mímica de buscar en la billetera cuando sabe que estás en la lona? La noche te expone y todo lo que te metas en el cuerpo ayuda a que sea imposible mantener un personaje por mucho tiempo. Hasta me arriesgo a asegurar que mis vínculos más honestos y perdurables nacieron bajo una bola de espejos.
Vos podés estar apoyada sobre una barra contándole a una marica algo que te viene angustiando hace tiempo, pero si empieza a sonar su canción favorita: cagaste. Ella te va a agarar del brazo y te va a arrastrar hasta la pista a bailar, quieras o no. Y vos de repente vas a estar ahí, parada sin entender nada, viendo a una mostra bailar como si no hubiera un mañana. Eso te hace pensar en lo absurdo que es todo. En lo absurda que es la razón que te viene provocando esa angustia. En lo absurda que es la marica que tenés en frente y el lugar al que te trajo. En lo absurda que es la letra de la canción que le gusta. En lo absurda que es la vida en general y en lo absurdo que es pensar tanto en lo que pueda pasar mañana, mientras que enfrente tuyo tenés una amiga dispuesta a ayudarte a borrar los problemas disfrutando de Azucar Amargo como si estuviera sonando Bohemian Rhapsody. Y ese pensamiento último te va a terminar sacando algo muy parecido a la mueca de una sonrisa, algo que esta marica va a notar enseguida porque hace mucho que no te reías con nada ni lograbas hacer reir a nadie. Y si hay algo que una marica no soporta es tener que ver cómo una marica pierde su alegría, así que se va a poner a hacer pasos de lo más exagerados y ridículos hasta lograr hacerte soltar una carcajada que te deje con todo el cuerpo doblado. Y cuando finalmente logre su cometido, te va a agarrar de los hombros para que bailes con ella, pero en realidad va a estar intentando sacudirte esa angustia restante que no te podías sacar sola. Son esos los momentos sagrados en que por gracia divina, el resto del mundo desaparece y solo queda lo único que necesitas para recuperar la alegría: una amiga, un trago en una mano, un pucho en la otra y una canción maricona para bailar como si no hubiera un mañana.
La música es mi Dios y la pista de baile es la iglesia a la que voy para encontrarme con él, el lugar al que voy para encontrar un poco de confort, un poco de verdad, un poco de paz. Hasta podría decir que es el lugar donde mejor me sale ejercer el perdón. Para conmigo y para con otras. Me resulta incontable la cantidad de veces que logré desactivar los conflictos más jodidos usando un abrazo de borrachas y un «ya fue, amiga, mejor vayamos a bailar al medio antes que nos prendan las luces». Esa pista mental que se armó en mi cabeza desde el tercer tema era la parroquia que supe construir a puro taco gastado con las maricas más maravillosas que me pudo presentar Buenos Aires.
Por lo tanto, el show de Lady Gaga terminó siendo para mis adentros una misa encabezada por ella donde estaban las maricas que amé en silencio, las que les grité mi amor a los cuatro vientos, las que me hubiera gustado que se fueran sabiendo cuanto las quería, las que no supe qué fue de su vida pero que siempre me hacen sonreír cuando recuerdo algo de ellas, las que me hicieron conocer el odio e incluso esas a las que les enseñé a odiar y decidieron estrenar ese nuevo sentimiento conmigo. Todas las maricas que alguna vez habían colaborado para que yo no vuelva tan temprano a casa estaban ahí, ayudándome a recordar que cuando estamos perdidas solo tenemos que bailar nuestra canción favorita con nuestras amigas. Porque la fe de una marica está puesta en que algún día el resto del mundo sienta lo mismo que nosotras sentimos en la pista, y que la pesadilla quede del lado de los que se nieguen a conocer ese tipo de alegría. Esos que nos inventaron que Dios nos odia para excluirnos y lograr que no tengamos un hogar al que quisiéramos volver cada noche.
Cuando llegó el momento de Born this way me empecé a reír de antemano pensando que otra vez iba a largarme a llorar como un nene chiquito. En mi cabeza, mis maricas me decían «dale, boluda, llorá, no te hagas la ruda con nosotras que esto no es un recital de esas bandas de mierda que te gustan». Podía sentirlas al lado y escucharlas con claridad porque entreno a mi memoria como a una inteligencia artificial: todo el tiempo vuelvo a ver sus videos y repaso cada una de nuestras conversaciones para no olvidar sus voces ni como pensaban. Eso me ayudó a saber qué palabras usarían para arrancarme una risa y que pudiera seguir disfrutando el recital aunque tuviera la cara empapada.
«Ay, amiga, me pone contenta verte llorar porque vos nunca lo hacés, pero seamos honestas… lo espantoso que te queda. ¡Con razón no lo hacías! Mirá que vos ya eras fiera eh, pero esto es un montón, hija mía. Creo que es mejor que vuelvas a eso de reprimir el llanto y de última te morís joven de un bobazo, pero por favor que no te vean así. No te va a amar nadie si se enteran que la cara se te pone de esa manera, pareces el cantante de Green enterándose que mataron a toda su familia. Nunca más.»
Tener tan presente las voces de mis maricas hizo que podamos cantar todo el tema como si estuviésemos juntas de nuevo. Me bailaban alrededor como si yo fuese la pila de mochilas y camperas que tirábamos al centro para no pagar el guardarropa. Y cuando llegó esa parte que dice «i was born to survive» lo gritamos a coro y con los bracitos extendidos al cielo como si estuviésemos en una de esas iglesias yankees dónde las congregaciones se ponen tan intensas como el pastor y el coro gospel. Y al menos por lo que duró esa canción, ellas también estaban vivas y borrachas conmigo. Fue casi una experiencia religiosa.
Elegir salirse de la norma es vivir en una constante provocación con la muerte. Y eso lo sé porque cuando naces marica no te da miedo morir, te da miedo tener que vivir sin poder compartir quien sos con los que se supone que más te quieren. Por eso, cada marica que pasa por la tierra merece ser canonizada, recordada y celebrada, porque para dejarnos sus anecdotas, sus gustos, sus talentos, sus maneras de hacer reír, de hablar, de caminar, de pelear y de bailar, primero tuvieron que sufrir mucho más que Cristo en su camino a la cruz a una edad mucho más temprana. Y aun así, estoy bastante segura que cada una de nosotras preferimos volver a pasar por lo mismo antes que transitar una vida sin entender lo que se siente cantar desde lo más profundo de las entrañas y con mucha seguridad «i'm beautiful in my way 'cause God makes no mistakes. I'm on the right track, baby: I was born this way».
El sábado hubo una playa convertida en pista de baile, con maricas presentes en cuerpo y otras en espíritu, mientras Lady Gaga tocaba el soundtrack de nuestras noches eternas.
Al final no había que morirse para conocer el paraíso.
Fotito con la Angel, protagonista de uno de esos abrazos tan lindos.
Tremendo texto!! Pero más tremenda la experiencia vivida. Y no lo digo solo por el recital.
Gracias por escribir tan lindo