Hola, soy Zabo

Me llamo Nicolás Martín Zamorano pero todo el mundo me conoce y me dice Zabo por una anécdota de la primaria que siempre me niego a contar (no porque me guste hacerme le misterioso sino porque es aburrida y no tiene mucho sentido). Mi papá se llama Pedro pero le dicen Cacho, mi mamá se llama Juana pero le dicen Carmen y mi hermana se llama Marina pero… no a ella sí le dicen Marina porque sino ya sería todo muy confuso. Nací el 4 de febrero de 1989 y soy de Parque Chacabuco uno de los barrios más lindos que tiene Buenos Aires, Argentina.

Vengo de una familia clase obrera que siempre la tuvo que remar para salir adelante. Para colmo, llegué a este mundo con la hiperinflación de Alfonsín bajo el brazo. Por eso durante mi infancia no me quedó otra que desarrollar mucho la imaginación y volverme un poco fabulador para enfrentar cada falta. Mis maestras de lengua me incentiban a que vuelque ese talento por fuera de sus clases pero vivíamos de prestado en un departamento diminuto: tener algo que se pudiera confundir con un diario íntimo era una actividad de riesgo. En una portería todo está al alcance de todos y la intimidad no existe.

A principios de los 2000s, con la llegada de la primera computadora familiar pude comenzar a descomprimir mi cerebro. Empecé a escribir ahí todas las ideas de cuentos que se me iban ocurriendo durante el día. Antes de eso, aquellas historias terminaban convirtiéndose en obras de una sola noche en las que mis muñecos de Los Caballeros del Zodíaco eran obligados a repartirse los roles.

Durante primer y segundo año de secundaria juntaba la plata de los almuerzos para ir al cyber a imprimir mis textos, luego iba a la librería a fotocopiarlos y con eso armaba unos fanzines que regalaba a la salida de los recitales que me dejaban ir o en la plaza de la Bond Street. A pesar de que tenían puesto un mail para que pudieran agregarme al MSN (nosemeocurrionadaparaponer@hotmail.com), eran pocos los que se comunicaban para contarme qué les habían parecido mis textos.

Con la democratización de internet para casi cualquier familia y la popularización de Fotolog y Blogspot, pude comenzar a mostrar lo que escribía sin tener que aguantarme el hambre en el colegio. Estos sitios me permitían conseguir de forma inmediata lo que no mucho más tarde se convertiría en el oro digital de mi generación: validación masiva por parte de desconocidos.

Mi autoestima baja no me permitía disfrutar de la buena repercusión que recibían mis textos. No confiaba en la palabra ni en el gusto de mis amigues y mucho menos en el de los que llegaban a través de ellos. Creía que me halagaban para que yo no me sintiera mal y fue por eso que un día se me ocurrió abrir un espacio anónimo al que le puse Yo, adolescente.

El primer posteo salió 4 de febrero del 2005, el día que cumplí 16 años. Yo ya venía escribiendo compulsivamente desde la tragedia de Cromañón y “el suicidio de Pol” (estas comillas las van a entender algún día), por lo que me servía tener un espacio dedicado a compartir mis pensamientos personales más complejos sin tener que hacerme cargo de lo que podían provocar en mi seres queridos. Recién de adulto comprendí que lo que estaba escribiendo en aquel momento era mi carta de despedida. El hecho de haberla publicado y por consecuencia, haber encontrado tanta gente a la que no le daba lo mismo lo que pudiera pasar conmigo fue lo que terminó cambiando el final que tenía preparado para el Zabo del mundo real.

Aquel blog anónimo rápidamente se convirtió en un refugio, pero no solo para mí. Ese mismo año los vecinos de nuestro edificio nos donaron el lavadero comunitario para que podamos anexarlo a la portería, y de esa manera poder vivir un poco más cómodos. Después de mucho insistir, mi viejos me permitieron armar mi cuarto en ese espacio de 2x2 llevándome el escritorio y la computadora. Mamá y papá siempre se quejaban de que yo no llevaba a nadie, que no conocían a mis amigos porque la casa me daba verguenza (y un poco de razón tenían). Lo que Cacho y Carmen no sabían es que en ese cuartito ínfimo ubicado en un barrio al sur de la Ciudad, en esa portería de Parque Chacabuco, de alguna manera terminaron abriéndole la puerta a un sinfín de amigos que venían a cualquier hora y desde cualquier parte del mundo en busca de un refugio. Se convirtieron en esos padres copados que te dejan quedarte a dormir sin hacer muchas preguntas. Fueron eso para toda una generación de adolescentes tan reservados como su Niquito. Adolescentes que solo necesitaban encontrar a alguien en alguna parte del mundo que estuviera pasando por lo mismo para poder comenzar a hablar de lo que les pasaba.

En esa época entraste a casa, persona que está del otro lado. Y medio que no te fuiste más. Ahí nació nuestro vínculo, nuestras charlas. Nuestra amistad. Ya pasaron 20 años y te sigo escribiendo como en aquellos días, esperando que me digas si te gustó lo que hice o si te pareció una mierda. Sos lo más estable que supe construir… y eso es mucho para decir sobre mi vida.

En paralelo a lo que sucedía en el mundo digital, en el mundo real yo estaba sintiéndome el protagonista de Casi Famosos porque había comenzado a trabajar con Árbol, mi banda favorita. Al mismo tiempo, mis fiestas clandestinas en el galpón me hacían sentir que estaba viviendo adentro de una escena de Kids. Pero recién me terminé de enamorar de la noche cuando entré a una iglesia gótica donde en pantalla gigante que habían puesto sobre el altar estaban proyectando una película de Bruce La Bruce, esa en la que un tipo le mete el muñon de su pierna por el culo a otro. Todo era tan punk, tan trash y tan queer. Era mi primera Fiesta Eyeliner y desde el momento en que entré y vi que todo parecía sacado del universo de Queer As Folk, esa serie que veía escondido a la medianoche por I-Sat, nunca más me quise ir.

Durante 10 años fui parte de una de las fiestas más icónicas de la ciudad y en simultaneo, comencé mi vida como creativo publicitario, como columnista de un diario y como productor de eventos culturales. Es lógico que no recuerde bien o en qué orden sucedieron las cosas durante esa década, pero voy a tratar de hacer un esfuerzo. Pensá que a mis veintis ya tenía acceso a drogas, barra libre y aventuras con famosos de lunes a lunes. Puedo reconocer que mi vida del 2005 al 2015 fue un absoluto descontrol, pero de alguna manera logré hacer que se vea bastante armoniosa y divertida para afuera.

Ya no encontraba tiempo para escribir. Esa actividad había quedado en el olvido porque yo le decía que sí a todo. Veía toda oportunidad como un tren que pasaba una sola vez, así que por las dudas me subía y después de arrancar recién preguntaba hasta donde me llevaba. Como cuando me dijeron de hacer radio, me acuerdo patente de ese día. Enseguida llamé a mi mejor amiga (Jésica Lamónica Lima, a.k.a Jesicall), y recontra subido a un pony le dije “me propusieron hacer algo los fines de semana, pero yo quiero pelear para hacer algo de lunes a viernes”. Ella, que sí venía del mundo de la radio, me dijo que no sabía en lo que me estaba metiendo y la verdad es que tenía razón: era mucho para una persona sin experiencia, pero yo ya había dado claras muestras que eso no me asustaba. Jesi finalmente se rindió ante mi ambición despedida, no sin antes poner una condición: “vamos a sumar a alguien más en la mesa sí o sí”. Acepté. Y fue en esa experiencia que pude llegar a una reflexión que trato de seguir honrando cada vez que tengo que armar un nuevo grupo de trabajo: no me sirve de nada ser el mejor, me sirve estar en el mejor equipo. Por eso, lo más lógico era que esa tercera silla la ocupe alguien que nos maraville a los dos. Pasó un montón de tiempo, pero todavía me puedo acordar de la sonrisa nerviosa que teníamos cuando desde un bar de Plaza Serrano puse mi celular en altavoz para que Jesi escuche como Julián Kartún nos estaba diciendo que sí, que se sumaba.

Con el trío ya constituído comenzaron las noches de Mute en Nacional Rock, un medio que se relanzaba apostando a un montón de voces nuevas y otras icónicas. En ese edificio de la calle Maipu que se convirtió en mi casa podía cruzarme a Bimbo, a Male Pichot, a Gillespi, a Mengo, a Pepe Rosemblat, a Mana Bugallo, a Iván Schargrodsky, a Andy Chango y muchos otros que aprendí a querer y a admirar viéndolos trabajar. Creo que no me equivoco si digo que las giras por el país siendo parte de la crew de Árbol, la usina creativa y disruptiva en la que se estaba convirtiendo la Eyeliner y haber podido ser parte de esos dos primeros años de la nueva Nacional Rock, definieron gran parte de mi forma de ser y de hacer.

Con los años seguí al frente de otros micrófonos haciendo podcast como El amor después para Posta.fm y Poliamor para Revista Anfibia, ambos también con Jesicall. Luego le dije que sí a la televisión para toda Latinoamérica y arranqué con #TuMuch para Muchmusic, un programa que practicamente fue un laboratorio escondido de la cadena Turner dónde invetigábamos los límites del streaming… en 2015. No hablo mucho de esa experiencia, pero para ser justos, a pesar de que me dejó secuelas graves en mi autoestima y la percepción de mi cuerpo: hicimos grandes cosas ahí, como el especial Ya no nos callamos más sobre las denuncias en el rock o el de Justicia para Belen para hablar a favor del aborto y para toda la región… en 2016. Teníamos muchísima libertad y eso es algo que aprendí a valorar con el tiempo. Y, especialmente, también había un gran equipo humano atrás y delante de cámara que me sostenía para que yo puediera profundizar en esos cambios que proponía para hacer una televisión diferente.

En el medio… ya no sé, persona que está del otro lado. Mi recuerdo de los 25 a los 30 también es rarísimo. Estuve bastante más enfocado en perseguir tipos que no me amaban que en entender lo que hacía y por qué lo hacía. Ya se habían muerto demasiadas personas que quería mucho y necesitaba fingir demencia. Pero a ver, qué te puedo contar… Mmm, sé que di una charla TEDx; que fui guionista para una serie de Polka; que junto con Poggi durante varios años condujimos ConectadosBA para el Gobierno de la Ciudad; que participé construyendo espacios hermosos como el festival Amor o Nada en Matienzo, donde tuvimos uno de los primeros shows de La Joaqui; y hasta pude crear Bardo, un medio que se desfinanció demasiado rápido porque nos pasamos de rosca con eso de ser innovadores (la innovación: pegarle a todos los políticos por igual). Pero yo sé a dónde querés ir vos: vos querés saber por qué no hice otra novela después de “Yo, adolescente” si claramente lo que más me gusta en el mundo es escribir sobre mí. O sea… esto tenía que ser una bio corta, imaginate. Sigo acá, contandote hasta el color de calzoncillo que traigo puesto. Pero bueno, acá abajo te puedo listar alguna de las excusas que tengo más a mano.

  1. La expocisión de mi entorno
    En 2005 la intimidad era algo importantísimo. Es difícil de entender en este contexto donde usamos nuestra vida diaria para construirnos como si fuésemos una marca, pero el haber expuesto a las personas que más quería se lo tomó como una traición imperdonable. Con la excusa egoísta de estar contando mi propia historia me lleve puesta la intimidad de todo los que me rodeaban. Algunas de las personas que lastimé en el camino, nunca me perdonaron.

  2. La exposiciónde mi vida y lo difusa que se ponía la linea entre el Zabo persona y el Zabo personaje
    Hubo un intento fallido de novela que se llamó Para separarse hay que separarse: Manual para discapacitados emocionales. Esa vez, en lugar de usar canciones de otros para cada capítulo como ya lo había hecho en Yo, adolescente, me puse a componer 13 temas para que el libro venga acompañado de un disco que se iba a llamar Música para discapacitados emocionales. Todo estaba basado en una historia de amor que yo no podía superar y que me había llevado a tocar fondo. Sentir el corazón así de roto me ayudó a convertirme en una usina creativa que todo el mundo quería tener cerca, pero también me hizo perder el eje y olvidarme lo que había aprendido con la experiencia anterior. Estaba exponiéndome de nuevo, tanto a mí como a mi entorno, sin medir ningún tipo de consecuencia. Fue por eso que un día la gente se despertó y no encontró ningún rastro de ese proyecto. Llegaron a publicarse 6 de las 13 canciones y 8 de los 13 capítulos. Fue bastante traumático terminarlo de esa manera tan abrupta pero no podía hacerlo de otra manera. Le estaba yendo incluso mejor que a Yo, adolescente. Mucha gente que me cruzo todavía me recrimina haberlos dejado sin un final y solo sé responderles con una sonrisa nerviosa. Quizás ahora, con al madurez a la que llegué, pueda terminar esa obra sin que nadie salga herido.

  3. Siempre voy a necesitar un trabajo de 8hs
    Volviendo al principio de esta bio: vengo de una familia que no tiene nada. Me encantaría poder dedicarme de lleno a mi propia creatividad con los tiempos y las condiciones que necesita para lucirse… pero siempre voy a tener que estar trabajando para otros primero. Para colmo, no sé agachar la cabeza ni ser sumiso frente a situaciones injustas, así que mi personalidad no se amolda a lo que el mercado necesita de un artista o un comunicador en este momento. Por suerte, después de los 30 años comencé a ordenar mi vida laboral y pude entender que la creatividad en la publicidad es el campo de juego donde puedo hacer un poco de todo lo que me gusta y, al mismo tiempo, financiar lo que me encanta. Gracias a eso puedo estar haciendo Algo que nos saque de la depre. Y eso me lleva al cuarto y último motivo que tengo para listar.

  4. Siempre voy a ser un depresivo
    Ya no reniego de eso. Por suerte me tocó ser uno bastante funcional. Además tengo la fortuna de estar bien rodeado y tener una vida que, más allá de lo que a veces quiera convencerme mi cabeza: está muy buena. Lo único que me fastidia es la falta de energía y concentración, pero bueno, tendré que mejorar mi alimentación y hacer ejercicio. Tampoco puedo culpar de todo a la depresión.

En el 2020, cuando celebramos los 15 años de Yo, adolescente publicando el libro, la película y el soundtrack, la gente en lugar de felicitarme prefería preguntarme en qué estaba trabajando ahora o cual pensaba que iba a ser mi próximo proyecto. Entiendo que la mayoría no lo hacía con mala intención porque todos somos victimas y cómplices de esta dinámica hiperproductiva, que a pesar obligarnos a trabajar más y obturar nuestros espacios de ocio, nos está volviendo más pobres, más infelices y más insensibles. Frente a esas preguntas solo podía pensar:

  • Que soy el hijo de Cacho, un encargado de edificio y de Carmen, una empleada doméstica.

  • Que me críe en una portería donde la cama cucheta en la que dormía con mi hermana Marina solo se podía poner en el living junto a la heladera y la mesa donde comíamos.

  • Que logré convertir una carta de suicidio en una novela que ayudó a miles de adolescentes de todo el mundo desde un lavadero en Parque Chacabuco, un barrio que la mayoría de los porteños no sabe ni en qué parte del sur de la Ciudad se encuentra.

  • Que soy un pibe que llegó bastante lejos teniendo en cuenta que a los 14 mis compañeros del colegio me regalaron una escoba y me dijeron que empiece a practicar porque ese iba a ser mi único destino posible.

  • Que sobreviví a más tragedias personales de las que me atrevo a enumerar para no volverme aun más pesimista, incluída la vez que dije “Dios, si querés que deje las drogas dame una señal” y al día siguiente mató a un amigo.

  • Que sobreviví a gente loca y mala que buscó arruinarme activamente los momentos más felices de mi vida y que con mucho esfuerzo logré alejarme de ellos antes de empezar a copiar sus comportamientos para con otros.

  • Que renuncié a la tele y me fui directo a la Bond Street para que me tatuén la palabra “terrible” en la frente, así aprenden desde que me conocen con que tipo de persona estan tratando

  • Que dejé de intentar hacer que la gente se olvide que soy un negro-puto-pobre-y-fiero para que puedan estar más cómodos y que pasé a disfrutar de lo lindo que es verlos mascar bronca cuando un negro-puto-pobre-y-fiero se sienta en su mesa a decir cosas con una voz y una autoridad que la guita, la belleza, los cursos de oratoria y liderazgo, la heterosexualidad, ni la falta de pigmentación en la piel jamás les van a dar.

  • Y que en medio de todo eso, tuve la bendición de que 15 años después quieran celebrar la obra que de no haber escrito, la historia sería otra. Así que, ¿vos querés saber qué es lo próximo que voy a hacer?

Nada.

Prendes Netflix y hay una película sobre mi vida. El partido ya lo ganó el Zabo de 16 al que se le cagaban de risa en la cara. Me gané el derecho a no hacer nada por el resto de mi vida.

Estos últimos cinco años entendí que el poder real no esta en lo que podés hacer, sino en lo que podés decidir no hacer. Y yo decidí volver a disfrutar a mis amigues, a mis mascotas y a esa familia que celebra como yo que el Zabo de 16 años haya llegado tan lejos. ¿Te acordas como insistía con eso de “que el hombre sea lo que el niño prometió ser”? Bueno, estoy bastante contento de haber logrado, persona que está del otro lado, porque el camino no fue fácil.

Convertirme en un adulto que se cae bien provocó dos cambios grandes en mi vida. El primero es que aprendí a amar de manera sincera y también a dejarme amar sin tirarme tan abajo. Y el segundo es que mi consumo problemático ahora pasa por los aplausos y las risas en los escenarios. Por eso los momentos que vivo con Germán y los shows que hago con mi amigues logran que a pesar de estar seguro que el futuro va a ser infinitamente peor de lo que nos imaginamos, yo quiera estar ahí para afrontarlo con ellos. Debe ser la primera vez que puedo imaginarme viejito desde que me conozco, pero voy a tratar de no decirlo mucho porque si hay algo que aprendí en estos 20 años, es que la persona que escribe mi vida siempre esta comptiendo conmigo para ver a quien se le ocurre el final más retorcido.

Estoy rumbo a los 40 y con Yo, adolescente cumpliendo 20 años en el 2025 creo que ya es momento de hacerme nuevas promesas. ¿Te parece bien, persona que está del otro lado? Hagamos como en esa madrugada en el cuarto de Tomi. ¿Te acordás? Ahí escribí la lista de lo que debería tener mi persona ideal mientras él tocaba Pei Pa Koa. Esta lista va a ser de cosas que me gustarían que me pasen ahora que decidí terminar con estos merecidos años de no hacer “nada”.

  1. Volver a tener un micrófono
    Capaz un podcast, capaz comenzar a streamear, capaz hacer entrevistas. Solo sé que estoy montando un estudio con Lucas Baini de Cámara en Mano junto a mi novio y mis mejores amigues, asi que eso me tiene muy feliz. Después veremos para qué lo uso.

  2. Amigarme con mi música, sacar canciones nuevas y regrabar las viejas
    Sí, un Zabo’s Version. Nunca disfruté las experiencias en los estudios de grabación. Mi amor por la música siempre fue tan grande que no podía evitar sentir que mis composiciones eran un insulto. Pero ahora sí estoy listo para defender las canciones que hice y vestirlas con los arreglos de la big band que siempre soñé. Ya estoy grande como para seguir el jueguito de lo que hay que hacer para pegarla. I’m cringe but i’m free.

  3. Terminar todos los libros que tengo a medias y publicarlos
    Por supuesto que eso incluye Para separarse hay que separarse: Manual para discapacitados emocionales, pero también ¿Y si faltamos juntos?, un spin off de Yo, adolescente. También hay otros pero no quiero spoilear todos los nombres.

  4. Seguir haciendo “Algo que nos saque de la depre”
    El Parque Nacional de la Nostalgia es el lugar donde puedo juntarme alrededor de un fogón para sacar a jugar todos esos fragmentos de mí. Un espacio donde el Zabo creativo publicitario crea un universo de ficción para que el Zabo músico, el Zabo escritor, el Zabo comunicador y el Zabo amiguero puedan olvidarse de la depresión (aunque sea por un rato).

Es un montón, pero al menos ahora tengo una hoja de ruta que me ayude a recuperar el camino cada vez que me sienta perdido. Mucho de lo que hice antes lo acepté sin entender que el tiempo y la energía que uno puede tener para los proyectos no es la misma a los 20 que a los 30. En el medio también me gustaría formar una familia con hijxs humanos, comprar una casa y cumplir con ciertos objetivos dentro de lo laboral, pero esto tenía que ser una bio de tres párrafos y creo que ya vamos como treinta, persona que está del otro lado.

Un disclaimer: también existe la posibilidad de que estás leyendo esto y yo no haya llegado ni a los 40. Si hay algo que tengo claro es que nadie tiene la vida comprada. En caso de que no haya logrado cumplir con todas estas cosas te pido por favor que no te sientas mal por mí: la vida es compleja y las condiciones ideales para poder hacer lo que me gusta nunca estuvieron de mi lado, así que ya estaba acostumbrado. Es el escenario dónde me muevo con comidad, ese donde todo depende del ingenio del pobre y la voluntad de los que me quieren. Porque eso de que lo “importante son los amigos que hacemos en el camino”, a pesar de que lo viva citando para hacer chistes, es lo único que me voy a llevar claro el día que ya no esté. Y cada vez que me frustré porque algo no terminó saliendo como esperaba, simplemente tuve que recordar de donde vengo. Siempre me dicen que soy muy nostálgico y que miro mucho para atrás pero, ¿cómo no voy a hacerlo? ¿Vos prestaste atención a lo que vengo contando? De escribir en un lavadero en Parque Chacabuco a visitar Lavapiés mientras se hace el estreno mundial de la película en España. Repaso mi vida y me gusta lo que cuento, pero lo que más me gusta decir es que me puedo dar el lujo de decir que conocí el amor. Que logré amar y que me amen al mismo tiempo. Fui parte de una de las casualidades más hermosas que tiene el espacio y el tiempo para ofrecernos. Así que no tengo nada para quejarme. Si un día ya no estoy y alguien que no me conoce se pone triste por mi partida, pasale este texto. Se me va a poder llorar un poquito, pero prefiero que brinden.

Bueno, ahora sí, persona que esta del otro lado: te dejo porque tengo que hacer cosas. Pero si tuviera que hacer una bio en tres párrafos sobre mi vida, lo único importante que tengo para decir sobre mí es:

Zabo es un chico curioso y sensible que nació el 4 de febrero de 1989. Es hijo de Cacho, Carmen y hermano de Mari. Se dio el lujo de recibir amor por parte de su familia incluso cuando menos se lo merecía y para coronarla, logró escuchar de sus propias bocas lo orgullusos que estaban de él.

Zabo también fue un joven que no dejó pasar un minuto de su vida sin hacer amigos y amigas nuevos en cada lugar por el que pasaba, para luego sufrir por no poder organizarse para pasar más tiempo con ellos. En el plano amoroso, vivió intensas historias de amor unilaterales y otras bilaterales que en su gran mayoría terminaron en buenos términos, salvo por dos casos. Todavía sigue a la espera de que ellos quieran enmendar las cosas así puede corregir la estadística y decir que se lleva bien con el 100% de todos sus exs.

Zabo ahora tiene 36 años y se nota el paso del tiempo en su andar cansino, en sus dolores crónicos y en sus preocupaciones cotidianas. Por suerte, lo acompaña Germán, el amor de ésta y todas sus vidas, su familia y un séquito de amigos y amigas que ya no le permiten seguir arruinando todo lo que hace… a pesar de que su apodo venga de abreviar la palabra “sabotaje”.


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